Érase que se era un mago desgraciado, de nombre Finermoso,
que vivía en la pequeña sala de estar de un pisito de un portal del barrio más
barrio de la ciudad más ciudad.
Habitaba enfrente, al otro lado de la calle, más allá de las
dos filas de coches aparcados, entre el locutorio y el bar de la esquina, entrando
por oscuro zaguán, con suelo de baldosa poco brillosa, la hermosa, talentosa,
primorosa y belicosa hada que llevaba en su DNI el nombre de Iniciamal.
Tenían ambos, entre sus numerosos superpoderes, el de hablar
a distancia. Así, entre tragos de bebidas isotónicas y eructos intercalados tras
la ingestión de latas energéticas, se comunicaban por telepatía.
–No soporto las perdices, pensaba y decía Finermoso.
–Yo tampoco, ni pienso tener hijos –contestaba Iniciamal
–pero te amo y quiero estar telepateando contigo toda la vida, porque me encanta
ser infeliz.
–A mí también. Me gusta llorar y llorar sin parar. Algún día
se me va a estropear el mando de la tele, de tantas lágrimas que le caen
encima.
Tanto el mago como el hada, se nos olvidó comentar, estaban
atados con cuerdas invisibles a sus respectivos sofás, atrapados en una burbuja
que tenía en su interior, a un lado la tele, en el suelo una tablet encendida,
a la derecha de sus cuerpos el mando a distancia y a la izquierda el móvil, con
whatsapp, facebook, instagram y una cajita que se abría a los inventos
electrónicos del futuro. ¡Eran inmensamente infelices! Y es que los mecanismos
para abrir la puerta y la ventana estaban fuera de la burbuja y no los podían
alcanzar.
Pero todo cambia. Todo suele ir a peor. De pronto un día…
Llegó por el barrio la bruja Hecatombe. Era la bruja del
olfato fino, de la nariz ostentosa y primorosa. Bastó con que se sorbiera un
poco el moco para que en su cavidad nasal entraran las vibraciones de la
telepatía de nuestros ¿amigos?
Puso la bruja pose de investigador. Se movió con sutiles
pasos, adelantó sus dedos con precaución hacia el portal del hada Iniciamal,
tomó una pócima que le volvió invisible e indetectable, entró en la casa, maniobró
hasta la sala de estar y apuntó con mucho cuidado. Pinchando la burbuja accionó
el botón del mando a distancia, donde pone «Off».
¡Buuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuum! ¡Qué debacle!
Explotaron de repente las dos burbujas a la vez. Se
disolvieron, por encanto maravillopeligroso, las ataduras de los presos y estos
se estiraron y se pusieron en pie. Las dos manos enormes de la bruja Hecatombe,
una en el piso de Finermoso, y la otra en el de Iniciamal, se hicieron visibles
mientras empujaban a los dos y los ponían de patitas en la calle. Dieron
después tales portazos que retemblaron las casas y los sofás se quedaron cojos
y medio rotos.
Al salir a la calle, los dos a la vez, el mago y el hada se
miraron. ¡Qué momento! Era una mirada de verdad, no telepática. Era… ¡Ay! Voy a
callarme porque me emociono.
El mago levantó la mano para saludar al hada. Aquel gesto
hizo que a su nombre le saliera un grano que se convirtió en hache y se hizo
sitio empujando a la ene. Así cambió de Finermoso a Fin Hermoso.
El hada, al verlo, también sufrió un ligero terremoto. Se le
escapó el último, el definitivo eructo, y del temblor que le entró, se le fue a
hacer gárgaras la última sílaba. Ahora solo se llama… Inicia, y, cuando acabes
de leer, te dejará que le pongas todos los apellidos que se te ocurran.
Por la calle, entre los últimos coches, en dirección al
parque, avanzan cogidos de las manos, abrazados, sonrientes. Siguen paseando
más allá del parque, hacia el horizonte donde nace el sol, donde las cosas son…
como son: ¡De verdad!
Dedicado a Natalia
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