sábado, 12 de diciembre de 2015

La biblioteca - Tres microrrelatos

Presenté los  tres microrrelatos que siguen al certamen que, con ocasión de su vigésimo aniversario, celebró la Asociación Navarra de Bibliotecarios ASNABI. El tema, obligatorio, era la biblioteca.
El que lleva el título «CEREMONIA» fue seleccionado dentro de los finalistas y aparece publicado en TK (el boletín de la asociación) en un número especial publicado en 2015 para celebrar el acontecimiento.

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LA ISLA

Siendo niño, allá en la isla, la biblioteca del pueblo era pequeñita. El catálogo solo tenía dos libros. Uno se prestaba. Lo disfrutaban los niños ricos, que sabían leer. Mostraba un lomo desportillado, bailaban tres hojas sueltas y las esquinas parecían acordeones.
La señora Inés abría el domingo la biblioteca cuando el sol, cansado, se descolgaba del cielo. En la puerta hacían cola los niños ricos. Entraban dentro. Sentados afuera, en la tierra, los pobres oíamos discusiones y nos impacientábamos. Al fin, con el libro en brazos del nuevo dueño, salían todos. Llegaba el momento esperado. Fijábamos las miradas en el dintel hasta que la señora Inés, sonriente, asomaba tras un eterno minuto de silencio. Llevaba en una mano la vieja silla y abrazaba en la otra el libro hermoso.
Se sentaba, calmosa, se alisaba la falda sobre las rodillas y apoyaba el libro sobre ellas. Lo abría despacio, buscaba las páginas y escudriñaba nuestros ojos ansiosos.
Su voz desplegaba entonces las alas de la magia pura. 
¿Cuánto duraba el sortilegio? No sé. La luz de la bujía, en el marco de la entrada, recortaba su silueta y hacía visibles las palabras que leía, despacio, nuestra encantadora madrina. Era noche avanzada cuando cerraba las tapas. Se incorporaba y daba por concluida la velada acariciando uno a uno nuestros rostros mientras nos cantaba suavemente:
Soy el hada
de la Primavera…

Luego desaparecía. Hasta el domingo siguiente.

Marché de la isla.
Aprendí a leer.  Hoy soy bibliotecario. 



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REIVINDICACIÓN

Soy uno de los notables, un príncipe entre los héroes que redujeron a cenizas la famosa biblioteca de Alejandría.
Sí. Me jacté de ello durante muchos años, y a fe que hubo motivo. Es verdad que el fuego provocaba casi un hervor en nuestra sangre de guerreros incólumes. ¡Qué orgiástico festín! ¡Cómo clavé la espada, cómo gocé el momento, atacando a cada gusano, cada petimetre que salía al encuentro con los brazos abiertos a defender sus rollos de papiro!
Allí enviamos al olvido a tantos figurines de los tiempos pasados, ansiosos de seguir siendo inmortales solo por demostrar que habían escrito algo.
No entiendo los porqués, pero es absurdo y además injusto. Resulta intolerable que en los libros de ahora, en ninguno, figure en letras de oro la lista detallada, completa, de todos nuestros nombres.

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CEREMONIA

Antes que el sol rozara la ventana, un hálito amoroso planeó por la atmósfera de la desierta sala. Al atisbo doblaron con calma las esquinas los sabios dueños de palabra erudita. Se iniciaron las risas de esperpentos y trasgos, despertaron las hadas, amanecieron frases y  títulos dorados. Armados de arsenales y fanfarrias sin cuento gritaron por los techos, saltaron alocados los eternos protagonistas, aventureros, audaces corremundos, sufridas y trágicas matronas, inefables imitadores de la vida diaria y también las mujeres con almas verdaderas.
¡Cuidado! ¡Es la hora!
La multitud, el piélago, raudo, discreto, en un instante, corrió al refugio eterno de silenciosas páginas.

Como todos los días, puntual, se abrió la biblioteca.   









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